Por: Henry Adolfo Peralta Buriticá
Ing. Civil & Magister en Educación
Gerente General de Soluciones Resilientes
henry.peralta@solucionesresilientes.com
Cuando se escucha por las noticias que al inicio del año
ocurren deslizamientos e inundaciones que se convierten en desastres, con
graves impactos sobre la vida, bienes y la funcionalidad de los territorios,
surgen múltiples interrogantes como: ¿si las acciones llevadas años pasados han
sido suficientes para reducir el riesgo, o si por el contrario los niveles de
riesgo han aumentado, a tal punto que su manejo anticipado ha desbordado las
capacidades de la sociedad para hacerle frente a las crisis que estos generan?;
¿será que la inversión en reducción del riesgo es la suficiente y es
proporcional con el riesgo existente?; ¿el conocimiento del riesgo es el
adecuado, está disponible y accesible?, ¿los programas de gobierno realmente
integran la reducción del riesgo desde una dimensión articuladora de los
procesos del desarrollo, o simplemente hace parte de un capitulo adicional,
desconectado del contexto territorial?; ¿la reducción del riesgo se hace solo
como una acción de cumplimiento a las “asustadurías” (procuraduría,
contraloría, fiscalía, personería, etc.,), o como el nivel más estratégico de
la planificación de un desarrollo más seguro, sostenible y resiliente?.
Estas, entre muchas otras preguntas son las que
obligatoriamente deberían abordarse para plantear o reorientar las acciones en
reducción del riesgo para este año 2018. Así la gestión del riesgo dejaría de
seguir siendo de papel y se convertiría en una oportunidad para los
territorios. El Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015
-2030 es la principal carta de navegación desde lo global hacia lo local, para
que desde lo local se impacte lo global.
La resiliencia, como proceso para resistir, adaptarse,
prepararse y recuperarse emerge como una habilidad para resolver problemas. Es
resultado de un contexto social, económico, político, institucional, ambiental
(físico y natural), cultural, productivo, dado que actúa mancomunadamente. El
surgimiento de la resiliencia debe ser un propósito del sistema social dentro
de los diferentes quehaceres del andamiaje político institucional de un
territorio (Peralta
& Velásquez, 2017). Esto significa que en la resiliencia está la
oportunidad para articular riesgo y desarrollo como temas de una misma agenda.
Para poder llevar esto a la práctica, la resiliencia como eje
potenciador de la gestión del riesgo, debe ser asumida y encarnada por
los líderes tomadores decisiones, que en la actualidad ejercen su función
pública, además de todos aquellos que desde lo académico y organizacional
lideran estos procesos en los países. No es posible hablar de territorios
resilientes, si sus líderes e instituciones no lo son, y además no preparan a
la sociedad a quien representan para hacer el camino y caminar conjuntamente
hacia un propósito común.
Antonio Machado en su poema caminante no hay camino, nos
motiva a reconocer que el camino se hace al andar, así es la resiliencia, esta
se crea y se re-crea en la vida. La resiliencia es para la vida y no solo para
el desastre. Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar.
Peralta y Velásquez (2017) en el libro: Resiliencia, la
clave del nuevo liderazgo del siglo XXI, proponen y desarrollan diez
cualidades que requiere un líder en resiliencia, estas son: el
autoconocimiento, el compromiso, el respeto, la inclusión, la confianza, la
reciprocidad, la articulación, la flexibilidad, la creatividad y la
comunicación. Estas cualidades se deben consolidar para conectar, promover y
aplicar la resiliencia, como parte del desarrollo individual y organizacional.
Son referentes motivacionales, afectivos y actitudinales para quienes quieran
asumir una nueva manera de ser líder. Caracterizan así mismo, la identidad
personal y el control de los procesos para el desempeño de las competencias en
contextos específicos. La resiliencia es el camino hacia la reducción del
riesgo y la sostenibilidad es el horizonte.
Es así como este inicio del año 2018 debe plantear nuevos
retos, entre muchos, hacer que la “palabra de moda” resiliencia se convierta en
una “palabra clásica”, que motive una reflexión crítica de la realidad en texto
y en contexto sobre el riesgo y el desarrollo. Que supere la superficialidad
con la cual se concibe, conoce y se aplica, como un elemento de fortalecer la
gobernanza y la gobernabilidad del riesgo.
Que sea la palabra poderosa para
convocar a la sociedad en su conjunto a reflexionar y actuar de manera decidida
sobre la manera en que se planifican los territorios, para evitar construir
riesgos futuros y reducir los existentes. Para que la reducción del riesgo deje
de ser un adicional en los planes de desarrollo y se convierta en elemento
estratégico de la planificación.
La invitación a todos los que lean este artículo es a que
conjuntamente hagamos lo diferencia. Para esto hay que estar dispuestos a
romper paradigmas, a cambiar modelos mentales y salirse de la zona de confort.
Observatorio Resiliencia Teritorial
Centro de Pensamiento, Innovación e Investigación
Soluciones Resilientes
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