sábado, 31 de marzo de 2018

NAVEGANDO ENTRE VULNERABILIDADES Y RESILIENCIAS, TRAVESIAS DE UN INGENIERO DEL SIGLO XXI

Photograph title: Sport versus tsunami, playing football in high tsunami risk areas.  Understanding Risk theme(s) that photo relates to: Adaptation capacity to natural conditions in a territory.  Date photo was taken: 2005. Location photo was taken: El Bajito-Tumaco (Nariño - Colombia). La fotografía: Sport versus tsunami, playing football in high tsunami risk areas, tomada por el Ing. Civil Henry A. Peralta, luego de ser una de las 12 finalistas del concurso Understanding Risk (http://community.understandrisk.org/), obtuvo el segundo puesto. La fotografía fue presentada en el acto inagural del Foro Entendiendo el Riesgo - organizado por el Banco Mundial del la 1 a 6 junio 2010 en New York


Por: Henry Adolfo Peralta Buriticá
Ing. Civil & Magister en Educación
Gerente General de Soluciones Resilientes
henry.peralta@solucionesresilientes.com

Una manera de concebir lo complejo es entender primero lo más simple. Es tocar la esencia de las cosas; ir de lo conocido a lo desconocido. Hace muchos años comprendí eso en la universidad mientras recibía mi curso de algebra avanzada. “Si no somos capaces de entender lo simple, difícilmente vamos a entender la complejidad de la vida”, eso nos dijo el profesor. Se trata de desagregar la realidad o los componentes de un sistema en elementos más simples y desde ahí entender su funcionalidad, sin perder de vista una visión sistémica del mismo.

Para entender el comportamiento complejo de la naturaleza, la ingeniería ha optado por explicar la realidad a través de modelos más simples. Modelar la realidad no es una tarea sencilla, requiere una visión sistémica de las cosas. Sin embargo, la ingeniería se ha atrevido a hacerlo fácil, al tratar por ejemplo de explicar el comportamiento de una estructura sometida a un movimiento sísmico, a través del método denominado de fuerza horizontal equivalente. Este método, consiste en representar las fuerzas sísmicas de diseño mediante cargas laterales estáticas, reduciendo el problema dinámico a uno estático. Es un principio básico de la ingeniería sísmica para avanzar a niveles de mayor complejidad por aproximaciones sucesivas.

Hace 17 años atrás, me encontraba en el inicio de mi carrera profesional como ingeniero civil en el campo de la evaluación del riesgo de desastres de poblaciones a gran escala. Tenía la responsabilidad de trabajar en uno de los territorios más complejos de Colombia desde el punto de vista físico natural - entre sismos, licuación y tsunami-, lo social-cultural, lo económico y político, el Litoral Pacífico.  

Corría entonces el año de 2001 y uno de mis primeros maestros me compartió un documento para leer antes de subir al avión que me llevaría a este nuevo territorio. Ávido por entender la complejidad a lo que me enfrentaba, inicié la lectura y me encontré inmediatamente con esta reflexión de mi maestro Meyer: “¡Un ingeniero moderno, ¡por favor! Necesito la opinión de un ingeniero para el presente. No de aquellos obsoletos que creen que toda tecnología es sinónimo de progreso, que la Naturaleza sólo está para ser vencida, superada y aprovechada, que la ingeniería lo sabe y puede todo, que se mofan de fanatismos ecológicos y pruritos ambientalistas. Necesito un ingeniero moderno, que entienda que hay que construir no contra sino con la Naturaleza, que la Naturaleza da tregua, pero no se deja superar”. 

Esta reflexión se quedó grabada en mi mente y en mi hacer. Entendí, desde ese entonces, que debía despojarme de los modelos mentales que me acompañaban, para comprender la dinámica natural desde diferentes perspectivas. Desde esta nueva visión y con el mundo que se abría generoso desde la nueva comprensión, inicié con la evaluación del riesgo de desastres que hasta ese momento había adquirido, procesado y aplicado en contextos urbanos más citadinos. Debía abrir la mente, el corazón y el alma. Preparar mis sentidos para ver, escuchar, percibir, sentir, oler, saborear el Pacífico colombiano. Tenía una semana para contemplar un nuevo entorno, que se escapaba a la realidad cotidiana de mi propia experiencia como “riesgólogo” en formación. La metodología por aplicar no sería la misma, me advirtió mi mentor, afirmando que el mismo contexto me daría las respuestas para encontrar el camino.

En aquella, mi primera travesía por el Pacífico , navegando entre vulnerabilidad y resiliencia, fueron muchos los aprendizajes que obtuve. Por cielo, tierra y mar conocí la majestuosidad y generosidad de la naturaleza y en contraste el impacto inclemente de los seres humanos sobre ella. El éxito en comprender esta nueva realidad, lo encontré en la observación de la naturaleza y su interrelación con su entorno y viceversa. Pensar en todo esto me ayudó a iniciar la renuncia consciente y paulatina de los viejos paradigmas y conceptos, esta experiencia temprana en mi vida profesional indudablemente marcó una etapa, estableció nuevos modelos mentales y me permitió arriesgarme a romper paradigmas. Todo esto fue el inicio personal para hacer camino al andar, el compromiso de convertirme en un educador y llevar estas experiencias, y las que la vida me deparaba, para trasladar este entendimiento amplio y sin prejuicios a cada persona, cada comunidad sobre la complejidad del riesgo.

Comprendí también y pude comprobar lo que en teoría había estudiado y leído en los libros de la RED de Estudios Sociales en Prevención de Desastres de América Latina: “el riesgo es producto de una construcción social”. Esta fue una enseñanza aprendida, lo pude experimentar en todas sus formas, ver, sentir, percibir y oler en todos los lugares de ese lugar no tan “pacífico” . Entre esteros, bocanas y el mar abierto pude comprobar la alta exposición de pueblos enteros a las olas de un tsunami, para ello tan solo bastaba levantar la mirada y observar la fragilidad de las precarias construcciones. De la misma manera palpé la subjetividad del riesgo. Para muchos de sus pobladores el Tsunami no estaba entre sus amenazas más importantes, por el contrario entre sus prioridades estaban su propia sobrevivencia diaria, el poder comer, trabajar y movilizarse con autonomía.

Hoy a la luz de los años vividos y la experiencia acumulada de este incesante viaje entre la vulnerabilidad y la resiliencia, entendiendo también que no hay recetas prescritas para evaluar el riesgo. Cada contexto tiene una particularidad que es necesario observar y entender. Así mismo, que es urgente cambiar nuestros viejos lentes, ya gastados, por unos lentes nuevos, ojalá bifocales, para ver de manera más clara la problemática del riesgo y el desarrollo desde una perspectiva sistémica y no aislada. Este proceso implica establecer una pedagogía y didáctica innovadora y re-evolucionaria para la enseñanza y el aprendizaje de la resiliencia.

Desde otras experiencias por este camino, volvió a mi memoria el escrito: “un ingeniero moderno”. Esta vez en el año 2007, en un acompañamiento técnico – humanitario con comunidades del pueblo indígena Nasa, quienes afrontaban la reactivación de uno de los volcanes nevados más altos de Colombia. Esta  práctica me llevó a concluir, en relación con el conocimiento científico, que el saber tradicional tiene ciencia y que la ciencia tiene saber tradicional. Que muchas veces en la resolución de conflictos funciona más pensar con el corazón (intuición), que únicamente con la razón.

Bajo esta comprensión, fue posible generar espacios de relacionamiento entre sabedores del mundo de afuera (científicos) y los del mundo de adentro (comunidades). No sólo se dieron en los espacios físicos de encuentro, sino en la virtualidad (el Internet - haciendo uso de los nuevos repertorios tecnológicos) y en los “espacios mágicos” que hacen parte de los usos y costumbres de los pueblos ancestrales expresado en la ritualidad. El aprendizaje de esta experiencia, fue la invitación a valorar el conocimiento en toda su amplitud, para leer de una manera complementaria las señas y señales del territorio desde el conocimiento tradicional y desde los aportes desde una lectura científica que hace uso de prótesis tecnológicas, para medir el comportamiento de la tierra, mediante el uso de equipos sofisticados de sensores de medición.

Mucho de este aprendizaje ancestral, permeado por mis experiencias tempranas como profesional en el tema, quedaron en las memorias de mi tesis de maestría. En ella pude hacer honor y reconocimiento a los indígenas Nasa al presentar en un proceso de reflexión – acción- reflexión, la experiencia de enseñanza aprendizaje. Ello implicó la recuperación y armonización de saberes tanto del “mundo de afuera” como del “mundo de adentro” contenidos en ROSA, acrónimo de Recuerdo, Observación, Sueño y Algoritmo, metodología propuesta en este trabajo. El Recuerdo, hacía alusión a la valoración y recuperación de los saberes contenidos en los registros, orales, textuales y contextuales de la memoria de los participantes del mundo afuera (recuerdos técnicos e ilustrado) y los del mundo de adentro (recuerdos comunitarios).

Desde la cosmovisión Nasa, la construcción de resiliencia comunitaria a partir de la recuperación de los saberes contenidos en ROSA, aportaron una gran riqueza conceptual y práctica, representadas en formas ejemplares de ver, sentir, escuchar, interpretar y monitorear las señales del territorio. Ello incluyó percepciones de los riesgos a través de los sueños, una destreza singular y propia de quienes han construido milenariamente su realidad a partir de la oralidad de la palabra, que asociado a sus dinámicas territoriales, ha representado una oportunidad para revisar y repensar su relación con la naturaleza.

Esta experiencia con el pueblo indígena Nasa me llevó a reflexionar sobre la necesidad de armonizar saberes científicos con saberes tradicionales. A comprender que ninguno está por encima del otro, ni que uno tiene toda la verdad. Son aproximaciones de formas de ver, sentir, percibir, medir y mediar con el mundo desde dos ópticas diferentes, desde el saber ilustrado por un lado y por otro desde el saber popular. Ambos buscan explicar desde su enfoque una realidad dada, su objetivo común es el entendimiento para interrelacionarse mejor con su entorno. Lograr establecer el punto de encuentro  donde confluyen sus semejanzas o acercamientos es la clave para valorar ambos saberes.

Mi viaje personal, navegando entre vulnerabilidades y resiliencias, me mostró que estas últimas, la mayoría de veces, están ocultas, obnubiladas por el modelo imperante paternalista y asistencialista. Este modelo busca tender la mano no para enseñar a pescar sino de proporcionar el pescado; no para enseñar a nadar, sino para lanzar los neumáticos salvavidas.   

Luego de navegar muchos años entre las vulnerabilidades de pueblos expuestos a diversas amenazas, sísmica, volcánica, tsunamigénica, de inundación y deslizamientos, comprendí la importancia de enfocar la mirada hacia la resiliencia, esa palabra actualmente de moda.  La resiliencia va en contravía del asistencialismo y de esa manera promueve la autonomía. El nivel de resiliencia de una sociedad es directamente proporcional al grado de autonomía que tenga. Entre más asistida sea, será menos resiliente. 

Como reflexión de estas experiencias puedo decir que hoy es necesario transitar desde la senda de vulnerabilidad hacia la resiliencia y de la resiliencia hacia la vulnerabilidad, ya que ninguna existe sin la otra. Una puede ser mayor o menor pero ambas suman la unidad. Todos llevamos un RES-VUL (RESiliencia – VULnerabilidad) dentro, que es necesario identificar, valorar y fortalecer. Así como cara y sello son los dos lados de una misma moneda, de igual forma la resiliencia y la vulnerabilidad son los dos aspectos de una estructura o de una sociedad o de una persona. Operativamente, la resiliencia se incrementa y la vulnerabilidad se reduce.

El reto está en potenciar las capacidades de los individuos y la sociedad en su conjunto en sus diferentes formas de expresión social, política, económica, ambiental y hasta espiritual es el desafío para las próximas tres décadas, para enfrentar la nueva globalidad y un mundo en un clima cambiante. Aunque hay que seguir reduciendo vulnerabilidades existentes mediante una gestión correctiva, la resiliencia por el contrario se hace aquí y ahora para fortalecer en prospectiva el futuro que queremos ser. 

Los invito para que naveguen conmigo entre la vulnerabilidad y la resiliencia, ya que invertir en resiliencia es el mejor negocio tanto a nivel individual como colectivo y de manera paralela, reducir la vulnerabilidad en todos y cada uno de los individuos para forjar una sociedad resiliente.


Observatorio Resiliencia Teritorial
Centro de Pensamiento, Innovación e Investigación 
Soluciones Resilientes

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